Los siguientes son los
testimonios de tres mujeres que encontraron en el apoyo
de sus familias la fuerza para enfrentar el cáncer de
seno, un mal del que se registran 6.500 nuevos casos
cada año y cerca de 2.000 fallecimientos.
"Con el cáncer
aprendí a morirme de la risa"
Claudia Saa, directora de la Fundación
Ámese
Claudia Saa sorprende con su entusiasmo contagioso por
la vida, que creció hace cinco años y medio cuando le
detectaron cáncer de mama y se sumó a
la lista de las tres mujeres en su familia que lo han
sufrido.
Ella
saca fuerzas de donde parece no tenerlas para atender
las necesidades de los demás, antes que las propias, a
pesar de la metástasis en piel y pulmón que ahora la
aqueja.
Por
ese espíritu de entrega creó Ámese (Apoyo a mujeres con
enfermedades del seno) junto con otras compañeras de
lucha, porque se sentían solas, aunque estuvieran
rodeadas de sus familias.
"Con
una amiga y otras pacientes de mi médico salíamos a
tomar café y en las charlas nos moríamos de la risa o
llorábamos por la menopausia temprana, el poco deseo
sexual, la resequedad de la piel y todos los cambios que
sobrevienen con la enfermedad. Era una manera de
hacernos terapia y de asumir cómo se golpea la
autoestima, más en esta sociedad cargada de exigencias
estéticas, falsas vanidades y cosas superfluas", repara
Claudia.
Con
Ámese también le hace frente a la discriminación.
"Recién recibí el diagnóstico, un banco me ofreció un
préstamo, y yo lo estaba necesitando, pero al decir que
tenía cáncer, automáticamente me lo negaron.
Otras
compañeras perdieron el trabajo, les rechazaron la
solicitud de tarjeta de crédito de almacenes y hasta la
de adopción de un bebé, como le pasó a una que ya había
superado la enfermedad", cuenta Claudia, comunicadora
social, divorciada y de 53 años, que dirige esta
asociación.
Esa
marginación le infunde fuerzas. "Por eso hay que verla
después de una quimioterapia", anota
Andrea, una de sus hijas, mientras desliza su mano por
su espalda para consentirla, a la espera de que recobre
el aliento por una tos terrible que la afecta.
Claudia asume el cáncer como esperanza de vida y no como
condena, por eso no se detiene en las campañas de
concientización en empresas, barrios marginales y
veredas aledañas a Bogotá.
"A veces un
laberinto oscuro nos lleva a la felicidad"
Amparo
Onofre, microbióloga
A
Amparo Onofre, de 55 años, se le juntaron todas. En el
2003 cuando afrontaba su separación luego de 21 años de
matrimonio, le diagnosticaron un tumor canceroso ductal
infiltrante.
"Lo
descubrí mientras jugaba con una de mis hijas y
accidentalmente me palpé un tumor del tamaño de un
fríjol en mi pezón", recuerda esta microbióloga
sobreviviente de la enfermedad que se negaba a la
posibilidad de sufrir cáncer de mama y
más cuando no tenía antecedentes familiares, no fue
madre tardíamente y siempre practicó deporte.
En su
familia se desató una debacle. "Una de mis hijas dejó de
hablarme por varios días, porque pensaba que yo estaba
generándome la enfermedad al no aceptar el fin de mi
matrimonio", dice Amparo.
Ella
se sintió desolada porque sentía que les estaba
proporcionando mucho dolor, pero con ayuda psicológica
oportuna logró que sus hijas, en ese momento de 16 y 21
años, tomaran conciencia de la enfermedad y la apoyaran.
Para
Amparo esa dura prueba fue ganancia. "La vida me mostró
que debía dejar de ser tan controladora, no preocuparme
de pequeñeces como que las visitas no ensuciaran mi
preciado sofá blanco y, lo más importante, entendí que
Dios tiene un lenguaje que a veces no entendemos y lo
que parece un laberinto oscuro nos conduce a situaciones
de felicidad y de entendimiento".
Su
hija menor, Mónica de 22 años y estudiante de derecho,
insiste que la razón para salir victoriosas en esa dura
batalla fue hablar del cáncer abiertamente, "asumirlo
como un juego en equipo que, obviamente, queríamos
ganar, no reprimir ningún sentimiento como en algún
momento le pasó a mi hermana mayor que no podía llorar,
sobre todo, la lección es no olvidarse que somos seres
espirituales y que la fe lo puede todo", dice ella.
'No hay que
ocultar nada'
Alejandra Toro, esposa y madre de familia
Humildad y aprender a reparar en el dolor ajeno es la
mejor lección de vida que le dejó el cáncer a Alejandra
Toro, esposa y madre de familia de 40 años.
Pero
si hay algo de lo que se arrepiente "es de haberle
ocultado la verdad a mi hija mayor. A Manuela, de 12
años, y en ese entonces de 9, le dije que me iban a
operar una de las 'pepas' que me salían en los senos por
mi condición fibroquística, pero nunca le confesé que me
quitarían uno".
Para
Alejandra, que ya está curada, fue devastador cuando su
hija se enteró por boca de sus amigas de colegio. "Llegó
angustiada a la casa porque ellas le dijeron: "Lo que
tiene tu mamá es cáncer y de eso se va a morir".
Por
eso la llevó donde su oncólogo para que le explicará la
enfermedad y su tratamiento. "Me resultaba cruel que
ella dejara de hacer su vida por el temor a que si se
apartaba de mí, al regresar yo ya no estuviera",
recuerda.
En
casa manejan ahora la enfermedad con naturalidad porque
la entienden como una dolencia crónica con la que se
puede seguir una vida normal, si se asume con
positivismo y conciencia."Mi familia comprendió que no
hay que tener cáncer para morirse", concluye Alejandra.
¿Cómo
ayudar tras el diagnóstico?
Becky
Malca y Pilar Fernández, psicólogas expertas en el
manejo de pacientes oncológicos, aconsejan cómo actuar
cuando alguien cercano recibe este diagnóstico:
1. Ante la duda, absténgase. Tenga en
cuenta la personalidad de la paciente antes de visitarla
o hablarle del tema. Si no sabe qué hacer, consulte
antes con un familiar que la conozca.
2. Aprenda a escuchar. Permítale que
tome las riendas de la conversación sobre el tema y
respétele su decisión, en caso de que no quiera
referirse a eso.
3. Evite el chisme. No convierta un
tema tan serio en un juego de hipótesis acerca del
futuro de la paciente.
4. Compréndala.
No tome como una afrenta alguna reacción suya; entienda
sus cambios de ánimo.
5. Sea positivo. Evite tratarla como
moribunda, ni siquiera lo piense. Inyéctele energía y
déle amor.
6. Motive su espiritualidad.
Sobrevivientes de la enfermedad refieren cómo su
conexión con Dios o un ser supremo es un poderoso
combustible para darle la pelea a esta enfermedad.
FLOR
NADYNE MILLÁN M.
REDACTORA DE EL TIEMPO
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