Se agota el agua
Colombia todavía es una potencia hídrica mundial, pero la
destrucción de selvas y páramos y el cambio climático encienden
las alarmas.
Mucho se habla del agua. Que se agota. Que
es necesario adoptar estrategias para protegerla. Se habla de su
contaminación. Que en el futuro las guerras no serán por oro o
petróleo sino por agua. Y, sin embargo, muy poco se hace por
protegerla.
Esta fotografía resume la gran paradoja del agua en
el mundo. Los habitantes de Quibdó, que habitan en una de las
zonas más lluviosas del mundo, tienen grandes dificultades para
abastecerse de agua potable
En
la Alta Guajira el acceso al agua es limitado. Esta
imagen es cada vez más común en el mundo
Laguna de Guatavita, ubicada en un cerro de la
Sabana de Bogotá
En
Colombia es común que los ríos se conviertan en
vertederos de agua contaminada. En la foto, Altos de
Cazucá, en Soacha, (Cundinamarca).
Los
páramos almacenan y regulan las aguas que alimentan
los ríos. En la foto, laguna Los Tunjos, en el
páramo de Sumapaz
Casi el 70 por ciento del agua dulce se encuentra
congelada en glaciares como este, en Islandia. El
derretimiento de los glaciares es una de las
consecuencias más graves del calentamiento global.
La deforestación no cesa, los ríos pierden su
caudal, las lagunas y las ciénagas se secan, la agricultura, la
industria y el consumo doméstico la ensucian, se destruyen los
páramos, se derriten los glaciares.
Aunque suene
apocalíptico, el mensaje de que el agua es un bien que empieza a
escasear no es errado. Y una razón es que hoy hay más gente que
requiere este líquido, no solo para consumo en su forma pura y
potable, sino para producir alimentos.
De acuerdo con cálculos
de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y
la Alimentación (FAO), en 2050 habrá 3.000 millones de bocas más
para alimentar, lo que implica doblar el área de producción
agrícola en los próximos 40 años.
Para que ello sea posible es
necesario disponer de fuentes de agua permanentes y en buen
estado que permitan expandir la superficie cultivable del
planeta de 1.400 millones de hectáreas a 3.000 millones para así
incrementar la producción agropecuaria en el 70 por ciento.
"En
otras palabras, alimentación se escribe con agua", dice Carlos
Gustavo Cano, codirector del Banco de la República.
La industria
también la necesita. Se calcula que el 22 por ciento del líquido
se usa para hacer desde microchips hasta para extraer petróleo,
según cifras de The Economist, publicación que recientemente
hizo un informe especial sobre el tema.
Las actividades
domésticas requieren del 8 por ciento. "Así las cosas, el agua
es el bien público más importante para la supervivencia de la
población", señala Cano.
Paradójicamente, el panorama del agua en el mundo es alarmante.
El cambio climático provoca desequilibrios cada vez más
evidentes en el clima mundial y, por ende, en el estado de las
cuencas hidrográficas.
El deshielo paulatino del Himalaya pone
en aprietos el futuro de más de 2.000 millones de habitantes de
India, China y otros países de Asia que dependen de los grandes
ríos que nacen en esa enorme cordillera, como el Amarillo, el
Ganges y el Mekong.
El mal manejo del agua y de los sistemas naturales que la
regulan ha traído consecuencias desastrosas para ecosistemas
enteros. Situaciones relacionadas con la violencia política y la
distribución desigual de las tierras aptas para la agricultura
han condenado a 2.000 millones de habitantes del planeta a vivir
en lugares donde un galón de agua contaminada es poco menos que
un tesoro.
Las aguas no tratadas provocan buena parte de las muertes de los
niños del mundo. Fenómenos como la lluvia ácida han alterado su
calidad y el calentamiento global perturba cada vez más los
sistemas meteorológicos del planeta, lo cual ha acarreado más
sequías e inundaciones en diversos puntos del planeta, y que, a
juzgar por las proyecciones de los expertos en la materia, no
son más que el preludio a una sucesión de catástrofes de
dimensiones incalculables.
Estos motivos llevaron a SEMANA y a la Embajada de Holanda a
organizar el debate 'Se agota el agua', en el cual participaron
representantes de diversos sectores relacionados con el
ambiente, la agricultura y la infraestructura involucrados con
el manejo del agua.
Aunque los consumidores muchas veces se quejan porque la factura
les llega muy cara, en el imaginario de la gente el agua sigue
siendo un bien ilimitado y sin un valor tangible. Un vaso de
agua a nadie se le niega.
El ciclo que se enseña en los colegios
da a entender que el agua se evapora, se condensa, cae como
lluvia, granizo o nieve, por los ríos baja al mar y el fenómeno
se repite sin cesar.
Entonces, ¿qué es lo que sucede? ¿Por qué
razón un recurso que hasta hace muy pocos años se consideraba
ilimitado ahora se ha convertido en un verdadero dolor de
cabeza?
Paraíso del agua
El término 'se
agota el agua' no debe tomarse al pie de la letra. De hecho, el
volumen de agua en la Tierra se mantiene estable desde hace
muchos millones de años. Más de tres cuartas partes de su
superficie están cubiertas por agua en estado líquido o sólido.
En su atmósfera también es muy abundante en estado gaseoso. Se
calcula que hay 1.386 millones de kilómetros cúbicos de agua. Un
kilómetro cúbico es un cubo de un kilómetro de alto (dos veces
la altura de Monserrate con respecto a Bogotá), por un kilómetro
de ancho y uno de fondo. Sin embargo, de ese gran total, 1.338
millones están en los océanos y mares interiores como el Caspio.
Eso significa que el 97 por ciento del agua disponible en la
Tierra es salada. De ese 3 por ciento que es dulce, un 30 por
ciento se halla en depósitos subterráneos, el 70 por ciento está
congelada en los casquetes polares, otros glaciares del planeta
(el más grande es el Himalaya), y el permafrost de las tundras
de Canadá, Siberia, Alaska y Noruega.
Apenas un 0,3 por ciento
está en aguas superficiales (ríos, lagunas y otros humedales),
en la atmósfera y en el organismo de las plantas y los animales.
El 78 por
ciento del agua que se precipita en forma de lluvias, granizo o
nieve cae a los océanos. Del 22 por ciento restante que cae en
tierra firme, el 8 por ciento regresa al mar por los ríos y
corrientes subterráneas que desembocan en él. Se calcula que del
total de agua dulce de la Tierra solo el 1 por ciento es apta
para el consumo humano.
Apenas el 0,006 por ciento se encuentra
en los ríos y el 0,26 en los lagos, principalmente en los lagos
Baikal, en Siberia, y Superior, Hurón y Michigan, en Estados
Unidos y Canadá, que almacenan alrededor de la mitad del agua de
todos los lagos de la Tierra.
Eso significa que aunque en
apariencia la Tierra está llena de agua, los seres vivos, que en
su mayoría están compuestos de agua, disponen de apenas un total
de 0,75 por ciento del agua dulce en el planeta para sobrevivir.
El otro asunto es que el agua no está distribuida
equitativamente. Solo nueve países tienen el 60 por ciento de
este recurso. Por estar ubicada en el trópico equinoccial, en la
franja de convergencia intertropical, que es la región donde cae
la mitad de la lluvia de todo el planeta, Colombia es uno de
esos países privilegiados.
En este cinturón, alrededor de la
línea ecuatorial, se encuentran las principales selvas húmedas
de la Tierra: la Amazonia, las selvas del Chocó, las de África
Ecuatorial, Malasia, Indonesia y Nueva Guinea. Según The
Economist, de esos nueve, solo Brasil, Colombia, Congo e
Indonesia la tienen en abundancia.
La accidentada y compleja topografía del país también contribuye
a que abunden las lluvias. Las grandes masas de humedad que los
vientos arrastran desde los océanos quedan atrapadas en las
cordilleras.
Según los cálculos establecidos en 1994 por el Himat (hoy
Instituto de Meteorología y Estudios Ambientales, Ideam),
Colombia cuenta con alrededor de 737.000 cuerpos de agua, entre
ríos, lagunas y ciénagas.
En promedio caen cada año 3.400
kilómetros cúbicos, de los cuales se evaporan 1.100 y se
escurren por la superficie 2.300. Se calcula que un país es
capaz de retener en sus sistemas de almacenamiento el 40 por
ciento de ese total, lo que significa que la oferta neta sería
de alrededor de 1.150 kilómetros cúbicos al año.
A esto debe agregarse los enormes depósitos de agua subterránea
que, según los cálculos, equivalen a 70 veces el total de las
aguas superficiales disponibles por año. Estas cifras son
monumentales. Para expresarlas en litros habría que agregarles
12 ceros.
Se calcula que en Colombia cada habitante dispone, en promedio,
de 50.000 metros cúbicos de agua al año. Una vez hechos los
cálculos del agua que se puede aprovechar, Colombia puede
ofrecerle anualmente un promedio de 34.000 metros cúbicos de
agua a cada uno de sus habitantes.
En años secos, esa cifra se
reduce a 26.700 metros cúbicos. Si se comparan con las de la
gran mayoría de los países del mundo, en Colombia hay agua para
dar y convidar.
De hecho, si Colombia utiliza de manera eficiente y sostenible
todo su potencial, en los años venideros podrá transformarse en
un gran exportador de energía eléctrica (ver página 71). Muchos
de los países vecinos solo pueden generarla a través de la
combustión de carbón y derivados del petróleo, que produce gases
de efecto invernadero.
Amenazas y retos
Hasta finales de los años 90, Colombia era el cuarto país con
mayor cantidad de agua dulce disponible por habitante del mundo.
Pero en los últimos tiempos, el crecimiento de la población y la
degradación de algunos de sus ecosistemas estratégicos para la
regulación del agua bajaron a Colombia al puesto 24. Aunque
cualquiera de las dos posiciones deja a Colombia en un lugar de
privilegio, estas no retratan de manera correcta la situación.
La disponibilidad de agua en Colombia es muy desigual. Los
mayores volúmenes se encuentran en la Orinoquia, la Amazonia y
el andén Pacífico, las regiones más despobladas del país. En
cambio, en las regiones Andina y Caribe, donde vive la mayor
parte de los colombianos, apenas se encuentra el 25 por ciento
del total de agua disponible.
Fenómenos climáticos como el del Niño también afectan los
volúmenes de agua que reciben las distintas regiones del país,
lo que genera por un lado mayor sequía de la esperada pero
también regímenes de lluvias desproporcionados que provocan
deslizamientos e inundaciones.
Lo que se agota, entonces, no es el agua, sino la calidad y la
disponibilidad de las aguas aptas para el consumo humano. En
Colombia el agua se ha convertido en un problema apremiante para
cada vez más habitantes. La distribución desigual explica por
qué, en una de las principales potencias hídricas del planeta,
21 millones de colombianos viven en zonas donde existe algún
tipo de dificultad en el suministro, tal como lo señala un
informe de la Defensoría del Pueblo.
El mismo organismo también
señala que el 53 por ciento de los habitantes de las áreas
rurales del país no cuentan con acueducto y el 82,2 por ciento
no tiene acceso a alcantarillado.
Esto llevó a la Corporación Ecofondo a recoger firmas para que
se vote un referendo por el agua, que busca que la Constitución
Política consagre el agua potable como un derecho fundamental;
que garantice el suministro de un mínimo vital gratuito; la
protección especial y el uso prioritario de los ecosistemas
esenciales para el ciclo hídrico, y que sean las comunidades y
el Estado los que administren los servicios de acueducto y
alcantarillado. El referendo recibió más de dos y medio millones
de firmas y espera que se le dé trámite en el Congreso.
El mal manejo del agua también es una pesada carga para la
economía del país. De acuerdo con el estudio Valor económico de
la contaminación hídrica, de H. Jaime y citado en el documento
Política Nacional para la Gestión Integral del Recurso Hídrico,
del Ministerio del Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial (Mavdt),
"el costo estimado de la contaminación hídrica para los temas de
salud, tratamiento de agua para consumo doméstico e industrial,
productividad y turismo asciende a un billón de pesos para el
año 2005, cifra equivalente a 0,3 por ciento del Producto
Interno Bruto nacional".
En Bogotá, de acuerdo con cifras de la
Contraloría Distrital, 230.000 familias están desconectadas
porque no tienen con qué pagar la factura del agua.
El manejo inadecuado de ríos, lagos, ciénagas y humedales
también atenta contra la biodiversidad y la productividad
pesquera. Esta se ve afectada en gran medida por la
contaminación de las aguas, la deforestación, el taponamiento de
caños, la desecación de ciénagas y la construcción de embalses
que interrumpen los ciclos reproductivos de muchas especies.
El bocachico y el bagre, dos especies emblemáticas de los ríos de
Colombia y de la dieta alimenticia de los colombianos, están en
serio peligro de extinción en la cuenca del Magdalena. La
amenaza que se cierne sobre otras especies de mamíferos
acuáticos, reptiles, anfibios y plantas son una clara evidencia
del mal estado en que se encuentran la mayoría de las cuencas de
Colombia.
Si no se adelantan programas para recuperar las cuencas, en unos
25 años Colombia podría encontrarse en una situación de alta
vulnerabilidad. Según el Ideam, en períodos secos y en las
regiones de más alta presión sobre el agua, es decir, la Andina
y la Caribe, el 70 por ciento de los colombianos podrían estar
en riesgo de desabastecimiento.
Lo anterior no es ciencia
ficción ni catastrofismo. Por solo citar un ejemplo reciente,
estos días la población santandereana de Barichara ha tenido
gravísimos problemas de abastecimiento de agua.
¿Cómo enfrentar entonces el reto? La respuesta está en los
glaciares, páramos y bosques de niebla. Es común oír que los
páramos son fábricas de agua. Más que fábricas, ellos la guardan
y regulan su suministro desde las altas montañas hacia los
valles y las costas. Las aguas que llegan a los glaciares quedan
atrapadas en el hielo y se derriten lentamente.
Más abajo, en
los páramos, las turberas de musgos almacenan los excedentes de
agua que reciben en las temporadas de lluvia y de agua. Varias
de las especies vegetales de los páramos están adaptadas para
conservar volúmenes de agua muy superiores a su propio peso. Eso
significa que en las épocas de menor lluvia las fuentes de agua
reciben los excedentes que se almacenaron en los páramos.
Peligran los páramos
Pero no todos los páramos de Colombia están en buen estado.
Algunos de ellos se han degradado al convertirse en potreros y
cultivos de papa. A esto se suma una amenaza mucho peor, la
minería a cielo abierto.
Ingeominas ya ha otorgado permisos de
explotación en el 47 por ciento de los páramos, lo que pone en
peligro a Colombia, no tanto por la llamada 'enfermedad
holandesa' de la revaluación, sino por la amenaza de que se
destruyan para siempre ecosistemas fundamentales para regular el
agua en las principales ciudades y zonas agrícolas del país. Por
no hablar de los gravísimos riesgos de contaminación por el
cianuro y el mercurio que se utilizan para extraer el oro.
Debajo del páramo comienzan los distintos tipos de bosques
andinos, que van de los 3.200 metros de altitud hasta los
piedemontes de selvas, llanuras y valles interandinos. Estos
bosques cumplen una función fundamental en regular el ciclo del
agua.
Por un lado, la cobertura vegetal protege los suelos. El
volumen de agua de un chaparrón, al caer en una superficie
cubierta de árboles y vegetación menor, absorbe el golpe del
agua contra los suelos, con lo que evita la erosión y además
permite que el agua llegue de manera mucho más regulada a las
fuentes hídricas. Es fácil comprobarlo.
Durante un aguacero en
una ciudad, los árboles amortiguan la fuerza de la lluvia.
Cuando deja de llover, debajo de los árboles sigue cayendo agua.
Otra función fundamental de los bosques andinos es su capacidad
de condensar la humedad que llega bajo forma de nubes y niebla.
Se ha llegado a calcular que casi la mitad de la humedad que
conservan los bosques la capturan de la niebla. Así que una
ladera desprovista de bosque pierde esa capacidad de condensar
la humedad que llega bajo forma de nube.
Al desaparecer la cobertura forestal, los suelos quedan
expuestos y muchos de sus nutrientes escurren a los ríos. Esto,
por un lado, provoca la erosión y, por el otro, hace que los
ríos arrastren grandes cantidades de sedimentos que los hacen
menos hondos.
Esto afecta la navegabilidad y permite que se
desborden con más facilidad en tiempos de lluvia. La tala de
bosques para abrir tierras de cultivo, potreros y sembrados
ilícitos han dejado apenas el 30 por ciento del total de la
cobertura vegetal originaria de las cordilleras. Algunos de
estos bosques dieron paso a cultivos amigables con el medio
ambiente, como los cafetales de sombrío, que además movieron la
economía del país.
Pero en otros casos se destruyeron millones
de valiosísimas hectáreas de bosques de laderas que se
convirtieron en potreros de bajísima productividad, muchos de
los cuales ya se han erosionado.
Los estudiosos han determinado una serie de ecosistemas de
montaña que denominan estratégicos, ya que en ellos nacen varios
de los principales ríos de Colombia (ver recuadro). Algunos de
ellos están protegidos porque forman parte del Sistema de
Parques Nacionales Naturales.
Los sistemas de ciénagas y caños que conectan a los ríos, además
de propiciar hábitats de gran riqueza y productividad pesquera,
permiten regular los distintos niveles de agua de las temporadas
secas y de lluvias. La alteración de estos sistemas de humedales
se han traducido en inundaciones cada vez más graves.
Cómo prepararse
Los retos que se le imponen a Colombia son muy grandes. Y a
ellos deben sumarse los efectos que puede provocar el cambio
climático, a los que el país debe prepararse desde ya.
El principal problema del agua en Colombia es la manera tan
descoordinada como se administra. Por un lado, dentro del mismo
Estado existen diferentes visiones alrededor del manejo que debe
dársele.
No existe un mecanismo eficaz que ponga de acuerdo al
Ministerio del Ambiente con las Corporaciones Autónomas
Regionales (CAR) y otras instancias como los ministerios de
Protección Social, Agricultura y Minas y Energía, e
instituciones como el Ideam e Ingeominas. Además, estas
instituciones no ejercen un liderazgo claro para manejar y
ordenar el agua.
Para la mayor parte de la ciudadanía proteger
el recurso hídrico es un problema de las empresas públicas. El
agua es un servicio que llega por la llave y solo se preocupan
por él cuando hay un racionamiento o no pueden pagar la cuenta.
Pero el problema es de magnitudes planetarias y exige cambios de
fondo en la manera como la humanidad se relaciona con el
planeta.
Como señala Ernesto Guhl, experto en el tema y director del
Instituto Quinaxi, varias actividades humanas resultan
insostenibles y tienen al planeta al borde del colapso. Una de
ellas es la urbanización de grandes conglomerados urbanos, que
provoca una concentración del consumo de agua, muchas veces en
detrimento de pequeñas poblaciones aledañas.
Las grandes
ciudades producen cantidades alarmantes de agua contaminada que
afectan la calidad de las aguas superficiales y subterráneas,
así como la alteración de los cuerpos y sus cauces. La
agricultura y la minería a gran escala provocan serios
conflictos por el uso del agua, así como la contaminación de las
superficiales y subterráneas.
En ese sentido muchas instituciones y gremios que dependen del
líquido claman por la protección de los páramos, bosques y
cuencas. Sin embargo, los intereses no siempre coinciden.
La
expansión de la frontera agrícola en la alta montaña y el
desarrollo de variedades que se adaptan a las condiciones del
páramo chocan con las recomendaciones de fijar una cota de
altitud máxima para la agricultura. En algunos casos la
construcción de represas y embalses genera graves impactos
ambientales y sociales.
Colombia debe asumir una nueva cultura del agua. El cambio
climático implica sequías e inundaciones más severas. Si los
ecosistemas que protegen el agua se encuentran en buen estado,
los efectos no serán tan negativos.
Del buen uso del agua no
solo depende el bienestar de sus habitantes. Agua es
agricultura, agua es energía, pero también es sinónimo de
biodiversidad. Un tesoro que la humanidad apenas comienza a
entender y valorar en su verdadera dimensión.
http://www.semana.com/noticias-nacion/agota-agua/139899.aspx
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